La curiosidad es uno de los rasgos definitorios del gremio de los traductores. No seremos gatos, pero nos mata la necesidad de aprender lo que no conocemos. Para este oficio, al igual que para ser cuñado, es indispensable «saber de todo». No resulta extraño tener que documentarse sobre ramas del saber que crecen en árboles de los que nunca habías oído hablar. Por esta razón, en el blog he intentado alternar desde el principio entradas centradas en los entresijos de la traducción audiovisual con otras publicaciones más ligeras recogiendo curiosidades sobre el mundo del doblaje o el séptimo arte en general. Hoy toca una de estas últimas, así que id avisando a vuestro gato de Schrödinger espiritual, que se va a sentir más vivo que nunca.
Qué buenos son
los actores extranjeros, ¿verdad? Es una afirmación un tanto arriesgada, lo
admito. A oídos de un auditor externo podría parecer que en nuestro país nos
basamos únicamente en la procedencia geográfica para determinar la calidad
cinematográfica. Nada más lejos de la realidad. Pero no nos desviemos del tema.
Qué buenos son los actores extranjeros. Sobre todo, los angloparlantes. Saben
hacer de todo. Lo mismo te interpretan una tragedia de Shakespeare que una
comedia de Adam Sandler (aunque, ahora que lo pienso, vienen a ser lo mismo). Igual
te bailan un charlestón que te cantan un bolero o se juegan la vida en
espectaculares escenas de acción. Y todo les sale bien. Hasta saben doblar.
Sí, lo has leído
bien.
Y no, no me
refiero solo a las películas de dibujos, aunque admito que las clavan (igual
influye que se suela diseñar y animar a los personajes a partir de su
actuación). Aparte de poniendo voz a animales antropomórficos, los actores
extranjeros también son muy buenos doblándose a sí mismos. Me atrevo a realizar
semejante afirmación porque, aun a riesgo de que a algún purista le pueda dar
un chungo cuando se entere, es una práctica habitual que «redoblen» parte de su
trabajo en la versión original. ¿Cómo te quedas?
El ADR (Automated Dialogue Replacement, tal y como le conocen en su pueblo) es un proceso que tiene lugar varios meses después de que haya concluido la grabación de un largometraje, en plena posproducción de la cinta, y consiste en regrabar algunos de los diálogos que se han captado en el rodaje. Se suele recurrir a esta solución con el objetivo de mejorar la calidad del sonido directo, que, en ciertas ocasiones, provoca que algunas líneas resulten ininteligibles. Por ejemplo, Tom Hardy se vio obligado a regrabar la mitad de sus diálogos en El caballero oscuro: La leyenda renace (2012) porque su personaje, Bane, llevaba una máscara que le cubría la boca en todo momento y ni Batman ni los espectadores podían enterarse de lo que decía. Teniendo en cuenta el resultado final, a los duros de oído les dará miedo imaginarse la claridad de su actuación antes de tomar esta medida. También se recurre al ADR cuando se necesita modificar el guion, corregir problemas técnicos, añadir frases adicionales, mejorar la dicción o eliminar sonidos externos que dificultan la comprensión. Nada que no puedas imaginarte si alguna vez has grabado una nota de voz en Whatsapp.
Por supuesto,
esta técnica resulta imprescindible a la hora de editar escenas en las que,
directamente, resulta imposible obtener una grabación del sonido directo:
planos en los que no quedaría demasiado bien un micrófono, escenas de acción en
las que los actores (o sus dobles) están demasiados ocupados como para
vocalizar, virguerías visuales creadas por ordenador… En estos casos, lo más
difícil para los actores debe ser ponerse en situación. Que se lo pregunten a Hugh
Jackman, que sudó
la gota gorda poniendo voz (y gruñidos) a los sangrientos combates de Logan (2017), o a Tom Holland, al que le tuvieron que
dejar un pañuelo que hiciera las veces de máscara para doblar las
secuencias más heroicas de Spider-Man:
Homecoming (2017).
Tal es la importancia de esta parte del proceso cinematográfico que Rian Johnson, director de Star Wars: Los últimos Jedi (2017), comentó que el hecho de que el fallecimiento de Carrie Fisher (que siempre será nuestra princesa Leia aunque, por desgracia, haya abandonado nuestra galaxia) tuviera lugar antes de que completara su participación en el ADR de la película supuso ciertos problemas técnicos para la producción. Fue necesario recurrir a los mejores técnicos de sonido, que trabajaron a partir del material disponible para conseguir que el audio contara con la mayor calidad posible.
Eso sí, hay que apuntar
que estamos ante un caso que tuvo un tratamiento especial debido a las trágicas
circunstancias que lo rodeaban. Hollywood no suele mostrar escrúpulos a la hora
de cambiar de intérprete durante estas regrabaciones. A pesar de que la mayoría
de las grandes estrellas no tienen ningún problema en participar en ellas,
algunas especifican en su contrato que se niegan a hacerlo. Para estas
ocasiones, los estudios cuentan con «dobles de voz». Por ejemplo, el matrimonio
compuesto por Jessica Gee-George y Grant
George lleva años imitando la voz de nombres de la talla de Owen Wilson, Cameron
Diaz o Cate Blanchett (en este
artículo podéis leer más sobre su peculiar trabajo).
No resulta
extraño tampoco que se decida modificar en posproducción la actuación de algún
actor que, por el motivo que sea, no cuenta con una voz tan poderosa como su físico.
El ejemplo prototípico que le viene a la cabeza a cualquier amante del cine es el del mítico Darth Vader, que, bajo su armadura, contaba con el cuerpo
de David Prowse y, en el exterior, con la voz distorsionada de James Earl Jones.
Ocurrió lo mismo con Darth Maul (Ray Park doblado por Peter
Serafinowicz) en Star Wars. Episodio I:
La amenaza fantasma (1999), Auric Goldfinger (Gert Frobe doblado por Michael
Collins) en James Bond contra Goldfinger
(1966) o Jane (Andie MacDowell doblada por Glenn Close) en Greystoke, la leyenda de Tarzán (1984).
Aunque esta
metodología nos pueda sonar exótica, hubo un caso bastante curioso en el que se
recurrió a ella en nuestro país. En 2003 se estrenó en salas españolas La gran aventura de Mortadelo y Filemón,
primera incursión en el cine en imagen real de los agentes de la T.I.A.
dirigida por Javier Fesser. El actor (o, mejor dicho, el cartero, ya que ese
era su empleo hasta la fecha) elegido para dar vida a Mortadelo, Benito Pocino,
parecía dibujado por el mismísimo Ibáñez. Era clavadito al calvo con levita
negra y gafas que nos había enamorado en las viñetas. El problema era que, dada
su inexperiencia, su dicción no era la mejor y, además, era sordo de un
oído. Aunque en aquel momento no se hizo público, se recurrió al conocido
imitador Carlos Latre para que lo doblara en posproducción (como él mismo ha
confirmado en
alguna entrevista). Una solución perfecta, ya que, además de conservar cierta
tendencia a disfrazarse, el Mortadelo cinematográfico imita la voz de
diferentes personajes a lo largo del metraje. Todos contentos. Salvo, quizás, Benito
Pocino, que no supo captar la indirecta y pidió más dinero para la secuela del
largometraje, consiguiendo que los productores decidieran no contar con él. Tras
pasar unos años desaparecido, lograría volver a interpretar al personaje en
2016. Eso sí, lo hizo en
una versión pornográfica de serie B.
Espero que os
haya resultado interesante conocer este trucaje al que se recurre tan a menudo
en el cine (que no sabemos si es un acto de ilusionismo, pero, desde luego, nos
ilusiona bastante). Por mi parte, yo no puedo hacer más que sentirme
tremendamente orgulloso por haber conseguido acabar una entrada sobre el ADR
sin hacer ningún juego de palabras con Ana Rosa Quintana.
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