La curiosidad es uno de los rasgos definitorios del gremio de los traductores. No seremos gatos, pero nos mata la necesidad de aprender lo que no conocemos. Para este oficio, al igual que para ser cuñado, es indispensable «saber de todo». No resulta extraño tener que documentarse sobre ramas del saber que crecen en árboles de los que nunca habías oído hablar. Por esta razón, en el blog he intentado alternar desde el principio entradas centradas en los entresijos de la traducción audiovisual con otras publicaciones más ligeras recogiendo curiosidades sobre el mundo del doblaje o el séptimo arte en general. Hoy toca una de estas últimas, así que id avisando a vuestro gato de Schrödinger espiritual, que se va a sentir más vivo que nunca.
Qué buenos son
los actores extranjeros, ¿verdad? Es una afirmación un tanto arriesgada, lo
admito. A oídos de un auditor externo podría parecer que en nuestro país nos
basamos únicamente en la procedencia geográfica para determinar la calidad
cinematográfica. Nada más lejos de la realidad. Pero no nos desviemos del tema.
Qué buenos son los actores extranjeros. Sobre todo, los angloparlantes. Saben
hacer de todo. Lo mismo te interpretan una tragedia de Shakespeare que una
comedia de Adam Sandler (aunque, ahora que lo pienso, vienen a ser lo mismo). Igual
te bailan un charlestón que te cantan un bolero o se juegan la vida en
espectaculares escenas de acción. Y todo les sale bien. Hasta saben doblar.
Sí, lo has leído
bien.
Y no, no me
refiero solo a las películas de dibujos, aunque admito que las clavan (igual
influye que se suela diseñar y animar a los personajes a partir de su
actuación). Aparte de poniendo voz a animales antropomórficos, los actores
extranjeros también son muy buenos doblándose a sí mismos. Me atrevo a realizar
semejante afirmación porque, aun a riesgo de que a algún purista le pueda dar
un chungo cuando se entere, es una práctica habitual que «redoblen» parte de su
trabajo en la versión original. ¿Cómo te quedas?