
La saga Terminator tiene un problema llamado Terminator 2: el juicio final (1991), una
secuela que exprimió al máximo las posibilidades del original, superándolo en
todos los aspectos y dejando un grato recuerdo en el público. Ni Terminator 3: la rebelión de las máquinas
(2003) ni Terminator Salvation (2009)
supieron mantener el nivel. Mientras la trama se embrollaba cada vez más,
la calidad del guion y la recaudación en taquilla disminuían secuela a secuela. Sinceramente, lo único bueno que nos había aportado la saga en los últimos años había sido la inspiración de cierto himno del «subnopop». Aun así, al ser humano (y, especialmente, al productor de Hollywood que posee
los derechos de un material antaño exitoso) le encanta tropezar tres veces con
la misma piedra. Por tanto, no debería extrañarnos que el año pasado llegara a
nuestras pantallas Terminator Génesis.
Aparte de atentar contra la ortografía inglesa en su horrendo título original (Terminator Genisys), este nuevo proyecto
pretendía ser a la vez una secuela, un remake y un reboot de la película original. Y quien mucho abarca…
En esta nueva aventura,
algunos personajes viajan en el tiempo y cambian sucesos que ocurrieron en la
primera parte, reescribiendo la saga y permitiendo que la historia empiece de
cero a la vez que continúa. Dicho así, suena un poco a galimatías, pero solo
hace falta ver la película para confirmar que, efectivamente, esto es el lío
padre. Imaginaos que la primera Terminator (1984) es una habitación
de hotel. Terminator Génesis es el roquero borracho que pasa una noche allí
y la destroza. En realidad, esto no nos importaría demasiado si estuviéramos
ante una cinta que fuera mínimamente entretenida. Al fin y al cabo, las
paradojas temporales incomprensibles son un rasgo tan característico de la
franquicia como los modelos buenorros viajando en bolas desde el futuro. Las
anteriores entregas también pedían cierta suspensión de la incredulidad por
parte del espectador, pero este siempre había recibido diversión pura y dura a
cambio (spoiler: aquí no ocurre lo
mismo).
Este rocambolesco planteamiento
tiene como consecuencia que el metraje esté trufado de autorreferencias a la
saga. La autorreferencialidad (que no es más que intertextualidad con un bigote postizo) siempre supone un reto para el traductor. Todas las entregas de una franquicia deben mantener
una cierta coherencia en su traducción, a pesar de que puedan pasar por
diversas manos. Hoy en día, en el proceso de doblaje de muchas sagas
cinematográficas exitosas este problema se subsana mediante la utilización de
glosarios que recogen los términos más importantes, pero las productoras no siempre
dan todo en bandeja. En algunas ocasiones será necesario comprobar cómo se
tradujeron determinados elementos en anteriores entregas para evitar meter la
pata en caso de que se les vuelva a hacer referencia. Como ya he adelantado, en
la película que nos ocupa es más que necesario.